lunes, 18 de abril de 2011

Perestroika

La primera vez que le vi, fue a pocos centímetros de mi cara. Los dos íbamos a lo nuestro hasta que nos chocamos de frente y cruzamos un apretado disculpe. Claro que el mío sonó más a “mira por donde andas”. Pensando en aquel día, ahora, me doy cuenta de lo mucho que había cambiado para aquel entonces. Cosas de vivir en la gran ciudad, que eres poseído por un ente al que llaman estrés y que desarbola a un ingenuo chico del medio oeste. Después lo vi varias veces más y comencé a llamarlo el “astuto barrendero”, gracias a mi buen amigo Dean que se había fijado cómo de lejos ya se había quitado de mi camino para no(volver a)  tropezarnos. En el fondo me sentía complacido de no tener que pasar cerca de él. Ya se sabe, esa gente anda con basura, huele a basura, son basura y un traje de 500 dólares no está para restregarlo contra ciertas cosas. El caso es que no estaba mal andar por una calle limpia que te llevaba de cabeza a Wall Street de la misma manera que no estaba mal ganar pasta en Northon & Northon. Cada uno está destinado a un cometido y lo cumple rodeado de una serie de factores que van anexos a él. Mis anexos venían en bolsitas y los vendía un tipo que se pasaba por el aseo del Donner´s . También él tenía su cometido, tampoco hacía falta que se acercara mucho a los 500 dólares del traje.  Los de aquel tipo serían, supongo, una botella de vodka y una ristra de hijos pegados a una rubia tetona de 1.80, alguno con firma de Chernobil incorporada. Siempre pensé que era ruso o ucraniano.

Una mañana no estaba, ya me había acostumbrado a verlo al pasar. Nos manteníamos a distancia, alguna vez me pareció que me miraba, aunque nunca le vi hacerlo. Era solo esa sensación, como cuando miras después de deslumbrarte e intentas focalizar ese halo rojizo que no hace más que moverse. Una sensación de retardo. Llegué  a mi despacho de la 6ª planta, tampoco Dean apareció esa mañana. Luego supe que estaba en comisaría por haber atropellado a un tipo de camino a la oficina. No me extraña, la noche antes pasamos tres veces por el aseo del Donner´s con alguna excusa que no consigo recordar. El tipo murió horas después. Era un ingeniero nuclear ruso, Yuri “nosequenco”, todos terminan en enco o en of. Alguien dijo que le sonaba el nombre, de proyectos de esos que salen en el Nacional Geographic y que todos dicen ver. Pero eso fue antes del 87, antes de Gorvachev.  Ahora, se ganaba la vida como barrendero. No se, daños colaterales del capitalismo supongo.


3 comentarios:

  1. Hola, Citizen. He leído dos veces el relato y me pierdo un poquito con los personajes, ese ruso que vende la droga en los lavabos y ese ruso barrendero. Es curioso que lo que narrabas hace un año se ve ahora: los ingenieros sirven copas, las titulaciones se acumulan entre los platos y las escobas. Venga, esperando tu regreso.

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  2. Ximens, es que mis palabras siempre hacen desvaríos y pierden un poco, o un mucho. Solo hay un ruso, el barrendero, el otro, es un tipo cualquiera. Pero lo repasaré bien para que no haya confusión y que se entienda mejor. Gracias por el comentario constructivo, es la mejor manera de mejorar.

    Un abrazo. El regreso, ya se verá, algún día, quién sabe.

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