viernes, 30 de marzo de 2012

Futuro II


Nos empeñamos tanto en dominar lo que nos rodeaba, que olvidamos dominarnos a nosotros mismos. Pedimos al mundo que cambiara, le impusimos nuestras reglas y ahora, el mundo ha cambiado.
Entiendo  cómo debió sentirse el hombre de Neanderthal cuando comprendió que le habían ganado la partida y se extinguiría. Ahora, hay una nueva especie de homínido adaptado a un mundo que hemos creado y para el cual no estamos preparados. No fuimos nosotros los que tuvimos que comer el veneno, ni respirar los desechos de nuestras mentiras. No nos prepararon para vivir con los escombros de nuestra existencia. Es inútil lamentarse en el presente del pasado y exigir el futuro. La evolución no da segundas oportunidades a los que no se adaptan y este ya no es el mundo para el que nacimos.

Género Homo, familia Hominidae, orden Primate, clase Mamífero, tipo Cordado, reino Animal.
¿Cómo leerán esta clasificación dentro de unos siglos aquellos que serán reemplazados igual que ahora lo somos nosotros?

Si es un final feliz, solo que no lo es para nosotros. La vida siempre se abre camino.

viernes, 23 de marzo de 2012

Y llovió chocolate.





Hay personas que nacen para romperse y no pueden hacer nada por remediarlo. Simplemente un día, notan que algo  cruje dentro de ellos, en el corazón, en la cabeza o en el estómago y después, sienten que ya no pertenecen a ninguna parte. Los fragmentos se los van quedando otros que los ansían tanto, que no comprenden que esas partes nunca les pertenecerán.  A Jorge puedes verlo sentado mirando al infinito, como si necesitara de alguna parte en especial que  quedó olvidada en algún sitio. Sus silencios se hacen cada vez más largos y su interior se queda cada vez más vacío. Creo que se rompió en muchos fragmentos que fue dejando en muchos lugares y luego olvidó que debía recogerlos. Sin embargo, las partes que aún conserva, se asoman a sus ojos casi vacuos y saludan con una especie de destello que dura apenas unos segundos. Algún día encontrará la manera de unir sus pedazos, o definitivamente olvidará que debe reunirlos para poder seguir siendo Jorge, aunque es posible que se haya cansado también de serlo y solo espere ver llover chocolate como aquel día de verano de hace tanto tiempo. Porque cuando llueve chocolate, las personas que se rompen  se deshacen definitivamente y ya nadie puede quedarse con ninguno de sus hermosos fragmentos.

domingo, 18 de marzo de 2012

Futuro I


Vivo dentro de una máquina, mirando el exterior por un objetivo autoajustable.  Me desplazo al tiempo que los engranajes van atravesando jirones de piel hasta que llegan a la carne más indefensa, al alma más desahuciada. Mis llantos suenan metálicos y oxidan mi caja de  protección carcelaria, pero nunca consiguen deshacer el hierro del que está hecha. No puedo ni quiero salir de aquí dentro, al fin y al cabo todo el mundo vive dentro de una.

 Nadie quiere ser diferente
aunque lo pregone.
Nadie quiere prescindir de una cárcel
que no reconoce .
Frío metal, manos frías
Cálido engranaje, alma vacía.

A veces pienso que un día, ya no quedará nada de lo que fui, perdidas partes livianas entre remaches y soldaduras. Con menos de mí de lo que reconozco me pregunto ¿qué será de la máquina entonces? Me temo que siga adelante,  formando un mundo de máquinas que un día llevaron algo parecido a una persona dentro. 

viernes, 9 de marzo de 2012

Al final de la fila.


Y no se pararon cuando les grité, solo andaban deprisa  sin mirar atrás. Porque cuando uno cree que avanza, no se gira. Dejaban un rastro luminoso, tan fácil de seguir y tan hipnótico… Pero pronto se veía como la pura luz lo calcinaba todo o solo yo lo veía porque marchaba al final de la fila. ¿Si alguien caminara tras de mí, vería mi estela brillante? 

Aunque mis palabras les llegaban a la espalda y se prendían con fuerza intentando frenarles, no se detuvieron. Siguieron dejando sus rastros brillantes como el rastro de caracoles gigantes que brilla con gran intensidad.

 Pero nunca se pararon, al menos no cuando aún estaban a tiempo de hacerlo. Al poco, me habían sacado tanta ventaja que dejé de proferir gritos para que me escucharan. Todo cambia, hasta las buenas intenciones.
Cuando al fin los alcancé, era fruto de lo que me temía, se habían paralizado al ver el horizonte.

-Eso era lo que pretendía deciros, el sol ya no saldrá.


lunes, 5 de marzo de 2012

Sombras ( La Culpa)


                                           Foto tomada de Internet

La culpa, como el miedo, son cazadores cazados, porque no cuentan con la gran capacidad del ser humano para el sufrimiento. El día que la culpa llegó a la calle de La Suerte número 8 entró con prisa, mientras salía el amor , al que saludó en mitad del pasillo. Buscó en la habitación más oscura y allí la encontró, con las manos marchitas de romper recuerdos pero sin lágrimas que arrastraran las palabras que debía haber pronunciado.  Cuando se tumbó en la cama, la culpa, como una sombra, se tumbó junto a ella oliéndole el pelo que ya no volvería a cortar. Y así fue que pasaron mil años y la casa de la calle de La Suerte fue perdiendo su color azul cielo y encontrando montañas de polvo silencioso que ni la lluvia conseguía arrastrar. Por su tejado solo pasaban inviernos y un frío perenne, como un guardián, se acomodó en el umbral de la puerta mirando a los que pasábamos por la calle.
Un día, la puerta se abrió y de ella surgió una mujer con el pelo infinito.  Comenzó a caminar calle arriba, tras ella, una sombra que pugnaba por agarrarse a todas partes miraba como la casa se iba despedazando poco a poco al tiempo que se alejaban. El final de la calle era una pequeña cuesta que aquella  mujer, comenzó a subir con la dificultad de tener una sombra que intentaba marchar en sentido opuesto. Se detuvo, agarró la sombra en brazos para ayudarla a seguir el camino y después se perdió de  vista cuando  comenzó a bajar del otro lado. Aún recuerdo aquella sombra prisionera y me pregunto por qué la mujer no dejó que se quedara para tener más liviano el camino. Pero ahora entiendo que cuando ya no queda nada, al menos nos queda la culpa de no haberlo conservado y eso, es lo único que nos sigue atando al mundo.

jueves, 1 de marzo de 2012

Todos los días son martes.



 Cada persona que lo lea, sabrá exactamente cómo termina si lo termina al compás de la música.

Todos los días en el pueblo de las lluvias son martes. Todos y cada uno de los días, de todas las estaciones del año son martes. Y es así porque fue en martes cuando llegaron Los Húngaros y cambiaron el sentir de las personas.
Los Húngaros venían de espaldas al Oeste, porque decían que en el Oeste, está el país de los muertos y no está bien acercarse a él hasta que no toque. Así que solo veían amanecer. Será por eso, que sus vidas eran un renacer continuo y nunca un ocaso. Hay quien dice que Los Húngaros nacieron en el país de los muertos y que venían de allí, huyendo de la quietud. Algo de verdad había, porque iban haciendo piruetas de un lado a otro al compás de las panderetas y los violines. Aquel martes, no llovió. Amaneció despejado y  con un lejano sonido de fanfarria. Nos gusta pensar que ellos alejaron la lluvia, aunque podría ser pura casualidad. El caso es que el efecto que producía su llegada era casi mágico. Al tiempo que se levantaba el sol, se escuchaba más precisa la música. No tardamos en salir de las casas ante el alboroto, aunque la verdad es que más nos sorprendió el silencio del agua, porque la algarabía llegó después. Vestían de muchos colores y gustaban  prenderse largos jirones de tela liviana que ondeaba con sus extraños movimientos circenses. Sin duda, con lluvia hubiera desmerecido mucho la imagen. Entraron de un lado del pueblo y lo atravesaron hasta salir por el otro, siempre rumbo este. Y no es que el pueblo fuera muy grande, pero hasta que no comenzó a oscurecer no empezaron a alejarse de nuestras casas y seguir su camino. No se fueron solos, tras la música, los bailes y los colores, muchos de los nuestros se fueron también.  Después de aquel día, la lluvia volvió y ya nunca más fue miércoles. Los que nos quedamos no sabíamos que nunca volverían, de haberlo sabido (…)