lunes, 27 de febrero de 2012

Toneladas de sal y ráfagas de viento.






                                              Foto obtenida de Internet


 Olga se puso tan triste cuando Víctor se marchó para hacer fortuna al otro lado del mar, que le lloró ocho días a la semana y eso varió el horario del ferrocarril. Y como Olga no dejaba de llorar, al final, nadie sabía nunca cuándo llegaba el tren a la estación. El 16 de agosto del 57, a eso de las 5 de la tarde cuando las chicharras estaban en la cúspide de su obra sonora, un pitido ensordecedor de una FCM 40, hizo callar a todas las chicharras, al menos durante 7 segundos. Después no se sabe si siguieron o no cantando, porque el ruido del tren lo envolvía todo. Olga llevaba llorando 12 años, así que ver llegar un tren a la estación era algo casi imposible.  Pero allí estaba, despachándose a gusto a base de chorros de vapor que envolvían las vías en una niebla artificial. Un señor ataviado con el uniforme de la compañía ferroviaria, bajó ante la expectante mirada de la gente del pueblo, que se había congregado en aquella pequeña estación casi abandonada. Tiró de una saca que se encontraba en uno de los vagones, hizo un saludo y acto seguido, la locomotora volvió a pitar con fuerza, dispensó un par de chorros de vapor que levantó las faldas de algunas mujeres; esto generó algunas risitas, y como vino se fue.
Había tantas cartas que para organizar el reparto, la gente guardó silencio, acercándose para recoger la suya si era nombrado. Así nos enteramos de que Felipe, que se había marchado hacía 11 años a la Guerra del Este, había muerto una semana después de haber llegado al frente. Que Anita se había casado con un comerciante de la costa y que había conocido al fin el mar, y que Iván aun no había encontrado a su hermano Zoilo, que también había marchado con Felipe a la gran guerra. Como tampoco supimos nunca nada más de Iván,  la intriga seguía abierta.
De Víctor no se tenían noticias, no había carta para Olga, que llegó pañuelo en mano mojando el suelo de madera y llenándolo de sal. Olga tenía esa capacidad desde que Víctor  marchó, por eso en su casa, había que entrar con unas palas de cuando en cuando para sacar toneladas de sal que no podían ser vendidas al no pasar el tren de mercancías por allí.  A ella no  le tocó marchitarse. Olga no tenía la culpa de llorar tanto, ni Víctor de intentar buscar fortuna donde la hubiera y si no había escrito, a lo mejor Iván lo encontraba mientras buscaba a Zoilo y en su próxima carta nos decía algo de él. Pero para eso habría que esperar a que pasara de nuevo el tren, así que todos se marcharon a casa a seguir con sus vidas. Las chicharras siguieron cantando y la sal de la estación se quedó brillando al sol de verano, esperando que el otoño se la llevara con el viento de octubre, como se llevaba otras muchas cosas.

13 comentarios:

  1. Un texto hipnótico por su belleza, crudeza y sabiduría,,,

    Sentir a través del tiempo y en el tiempo que todo es mortaja, que todo se pierde en la corrupción de lo tangible,,, será por eso tal vez que Olga camina echándole sal a lo circundante, como una dulce taxidermia del recuerdo.

    Realmente sublime, te felicito.
    Un abrazo.

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  2. Acabo de llegar, llevo un rato leyendo uno trás otro de tus textos y ahora que toca comentar no sé qué decir...
    Me gusta como escribes e intuyo que se deba no sólo a como haces uso de las palabras, sino a como proyectas las emociones hacia quien te lee. Porque tus historias emocionan, y mucho. Hay un estado que dominas, igual lo haces de manera inconsciente, y es el de la tristeza, -seis entradas tuyas me hacen reflexionar sobre ello.

    Igual es que ando un tanto susceptible o sensiblona, de cualquier manera darte la enhorabuena.

    P.D. Impresionante el relato que se escondía detrás de la palabra ´marchitarse´.

    Un saludo afectuoso.

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  3. Se vislumbra un costumbrismo en el texto que nos llena el alma de realidad. Nos habla de un tiempo no tan lejano y que hoy se repite: situaciones del pueblo buscando fortuna, aunque sea la fortuna de no morirse de hambre.

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  4. Montones de sal y encima inservible. Tantas lágrimas para nada.
    Tanto para esperar a un tren que no pasará.

    Te he dejado migajas de comentarios por los textos anteriores, eso me pasa por llegar tarde...

    Un beso Citi

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    1. Yo también te he dejado algunas, pero me salen como respuestas a otros comentarios. Blogger parece que está un poco loquito. A ver si se arregla, porque parece que le contesto a una persona y no a tí, qué cosas.

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  5. Este es un relato de calidad, dejémonos de embromar, logró llevarme a un pueblo en el cual la espera es la protagonista y la frustración su partenaire.

    Sentí que estaba comenzando a leer una novela y enseguida, zas, se terminó.

    Claro que las palabras sirven de mucho.
    Un beso enorme.
    HD

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    1. Es un pueblo muy especial, siempre pasan cosas extrañas y algún día, quien sabe si se reunirán todos los sucesos y podemos ver las conexiones que hay entre ellos.

      Pero para eso habrá que practicar mucho más con las palabras y seguir aprendiendo de vosotros.

      Un abrazo.

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  6. Es la ciudad de la espera, algo debe suceder pero nunca se sabe cuando sucederà, toda una intriga de relato y lo mejor que al final todo sigue igual.

    un saludo

    fus

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  7. Magnífico el texto, cuanta sal... muy simbólico y estético.
    Besos

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  8. Es la tercera vez que lo leo, no, no es que lo olvide. Es que me he quedado fascinada o embrujada por este lugar lleno de ausencias, sal y viento. En la primera lectura le daba vueltas pretendiendo penetras el misterio y después decidí que no me importaba, que lo que más me gustaba era disfrutar del paisaje y de la historia que me cuenta. Me encanta "ver" trás las palabras con las que está construido.

    Besitos

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  9. Gracias Juan. Tienes toda la razón. No podemos detener el tiempo, y aún así lo intentamos. Queremos que un recuerdo permanezca para siempre y como le ha ocurrido a Olga, ha terminado por paralizar todo lo que la rodeaba. Su sal, es la imagen del dolor y de la más absoluta pérdida.

    Hola Yo. Me alegro de que hayas pasado porque así he podido conocer tu casa. Tus poemas son muy impactantes, me ha gustado mucho, si. La verdad es que tienes razón, si miro atrás la tristeza siempre ha estado presente. Quizá si tengo algún mérito es la de intentar mostrar el lado de belleza que encierra y que al menos yo veo.

    Adivín y qué verdad, si. Por desgracia siempre habrá Olgas esperando en alguna parte.

    Fus eterna espera de un bucle que nunca terminara de llevarnos al principio.

    Mientrasleo, la sal es todo un símbolo humano, me gusta mucho.

    Elysa, cuando escribo un relato de este tipo, siempre pienso que cuando alguien lo lea, será como si estuviera allí y se fijará más en el señor que bajó la saca, en el que sacaba la sal de la casa de Olga, en quién fue quien leyó la carta de Iván, o quién la de Felipe. En cada uno habrá un misterio que solo nosotros podremos resolver.

    Gracias a todos y que la sal no obstaculice vuestro paso.

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  10. Tengo que reconocer que de los blog que visito por el tuyo tengo una atracción especial, aunque tarde tanto en llegar. No eres la única, que no quiero sembrar celos.
    Este relato le he leido y me he ido a mi paseo matutino, pensando en él. Veo multitud de mensajes. En primer párrafo nos introduce a un realismo mágico de los mejores autores, como lector entro en el juego. En este veo dos fechas, 16 de agosto del 57 y doce años antes, es decir, las fechas en las que las bombas atómicas destrozaron las ciudades japonesas. El llorar de Olga y el retraso del tiempo tienen mucho aspecto de ser los daños colaterales. 16 de agosto de 1945.
    El segundo párrafo habla de ausentes, y curiosamente solo se sabe algo de Anita, que está feliz junto al mar, el mismo que Olga arrastra en sus lágrimas de sal.
    El último párrafo nos habla del tren de la vida que se va y tarda en volver, y del viento que se lleva la sal, el sufrimiento, aunque en le caso de Olga no sirve.
    Me gusta el elemento atmosférico de las chicharras (aunque tiene una pequeña repetición próxima), sonido cansino y símbolo del calor, el sopor, la vida paralizada.
    Pones además un hipervínculo a un relato que habla de marchitarse, que curiosamente hace referencia a la misma fecha de 16 de agosto de 57. Olga no se marchita porque se tiene así misma, su llanto y su sal.
    O tal vez no, pero me has hecho pensar, elucubrar y escribir.

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    1. ¡Que se me pone la cara roja! muchas gracias por esa deferencia. Tienes razón, la fecha es un dato importante por muchas cosas, no solo en este texto en otros que aún no están y otro que si, en "Se marchitó". Reconozco que siento adoraciòn por los números y temor por las palabras.

      Es cierto, en las chicharras hay una repetición, pero si la quito, se pierde algo. Supongo que esa sensación de silencio absoluto. Me gustan tus comentarios, me hacen pensar en la manera en la que hilvano palabras y me hacen pensar en cómo crear redes más intensas entre ellas.

      Un abrazo.

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