miércoles, 18 de abril de 2012

Raíces infinitas.




Dicen que si alguien llora debajo de una acacia, sus raíces crecen y crecen hasta el infinito, pero eso es imposible. En realidad crecen hasta donde es neceario que crezcan. Y eso es lo que le pasó a la acacia del patio de Doña Julita. Doña Julita era una mujer muy mayor, mucho, tanto que cuando su hijo nació, nació nieto y le llamó Carlos. Como todos  los Carlos, era inquieto y en cuanto pudo marchó para ver mundo. Porque los Carlos suelen ver mundo, de igual forma que los Alejandros conquistan sus sueños, pero esa es otra historia. Así que partió  joven y Doña Julita se hizo más vieja, como cuarentea años más vieja y se curvó como varita de manzano mientras apartaba las hojas de la higuera que caían en su cuerpo. Qué desvergonzada la higuera. Sentada bajo la acacia, esperaba el regreso que nunca llegaba y dejaba que sus lágrimas rodaran por su cara, recorriendo las arrugas como si de caminos se tratara.

Entonces fue cuando las raíces de la acacia comenzaron a crecer, recorriendo el patio y saliendo por debajo de la tapia calle arriba, levantando las baldosas del primer piso del ayuntamiento y de la botica del Señor Servando. Y más allá saliendo del pueblo y atravesando el valle rumbo norte, lejos, lejos, donde la gente echa sal a las raíces esperando que se sequen y no lleguen a su destino. Más lejos aún, y así hasta llegar a un campo de flores rojas donde rodearon el cuerpo de Carlos formando un ataúd.

Si, las raíces de las acacias crecen y crecen, pero solo hasta donde es necesario que lleguen.

viernes, 30 de marzo de 2012

Futuro II


Nos empeñamos tanto en dominar lo que nos rodeaba, que olvidamos dominarnos a nosotros mismos. Pedimos al mundo que cambiara, le impusimos nuestras reglas y ahora, el mundo ha cambiado.
Entiendo  cómo debió sentirse el hombre de Neanderthal cuando comprendió que le habían ganado la partida y se extinguiría. Ahora, hay una nueva especie de homínido adaptado a un mundo que hemos creado y para el cual no estamos preparados. No fuimos nosotros los que tuvimos que comer el veneno, ni respirar los desechos de nuestras mentiras. No nos prepararon para vivir con los escombros de nuestra existencia. Es inútil lamentarse en el presente del pasado y exigir el futuro. La evolución no da segundas oportunidades a los que no se adaptan y este ya no es el mundo para el que nacimos.

Género Homo, familia Hominidae, orden Primate, clase Mamífero, tipo Cordado, reino Animal.
¿Cómo leerán esta clasificación dentro de unos siglos aquellos que serán reemplazados igual que ahora lo somos nosotros?

Si es un final feliz, solo que no lo es para nosotros. La vida siempre se abre camino.

viernes, 23 de marzo de 2012

Y llovió chocolate.





Hay personas que nacen para romperse y no pueden hacer nada por remediarlo. Simplemente un día, notan que algo  cruje dentro de ellos, en el corazón, en la cabeza o en el estómago y después, sienten que ya no pertenecen a ninguna parte. Los fragmentos se los van quedando otros que los ansían tanto, que no comprenden que esas partes nunca les pertenecerán.  A Jorge puedes verlo sentado mirando al infinito, como si necesitara de alguna parte en especial que  quedó olvidada en algún sitio. Sus silencios se hacen cada vez más largos y su interior se queda cada vez más vacío. Creo que se rompió en muchos fragmentos que fue dejando en muchos lugares y luego olvidó que debía recogerlos. Sin embargo, las partes que aún conserva, se asoman a sus ojos casi vacuos y saludan con una especie de destello que dura apenas unos segundos. Algún día encontrará la manera de unir sus pedazos, o definitivamente olvidará que debe reunirlos para poder seguir siendo Jorge, aunque es posible que se haya cansado también de serlo y solo espere ver llover chocolate como aquel día de verano de hace tanto tiempo. Porque cuando llueve chocolate, las personas que se rompen  se deshacen definitivamente y ya nadie puede quedarse con ninguno de sus hermosos fragmentos.

domingo, 18 de marzo de 2012

Futuro I


Vivo dentro de una máquina, mirando el exterior por un objetivo autoajustable.  Me desplazo al tiempo que los engranajes van atravesando jirones de piel hasta que llegan a la carne más indefensa, al alma más desahuciada. Mis llantos suenan metálicos y oxidan mi caja de  protección carcelaria, pero nunca consiguen deshacer el hierro del que está hecha. No puedo ni quiero salir de aquí dentro, al fin y al cabo todo el mundo vive dentro de una.

 Nadie quiere ser diferente
aunque lo pregone.
Nadie quiere prescindir de una cárcel
que no reconoce .
Frío metal, manos frías
Cálido engranaje, alma vacía.

A veces pienso que un día, ya no quedará nada de lo que fui, perdidas partes livianas entre remaches y soldaduras. Con menos de mí de lo que reconozco me pregunto ¿qué será de la máquina entonces? Me temo que siga adelante,  formando un mundo de máquinas que un día llevaron algo parecido a una persona dentro. 

viernes, 9 de marzo de 2012

Al final de la fila.


Y no se pararon cuando les grité, solo andaban deprisa  sin mirar atrás. Porque cuando uno cree que avanza, no se gira. Dejaban un rastro luminoso, tan fácil de seguir y tan hipnótico… Pero pronto se veía como la pura luz lo calcinaba todo o solo yo lo veía porque marchaba al final de la fila. ¿Si alguien caminara tras de mí, vería mi estela brillante? 

Aunque mis palabras les llegaban a la espalda y se prendían con fuerza intentando frenarles, no se detuvieron. Siguieron dejando sus rastros brillantes como el rastro de caracoles gigantes que brilla con gran intensidad.

 Pero nunca se pararon, al menos no cuando aún estaban a tiempo de hacerlo. Al poco, me habían sacado tanta ventaja que dejé de proferir gritos para que me escucharan. Todo cambia, hasta las buenas intenciones.
Cuando al fin los alcancé, era fruto de lo que me temía, se habían paralizado al ver el horizonte.

-Eso era lo que pretendía deciros, el sol ya no saldrá.


lunes, 5 de marzo de 2012

Sombras ( La Culpa)


                                           Foto tomada de Internet

La culpa, como el miedo, son cazadores cazados, porque no cuentan con la gran capacidad del ser humano para el sufrimiento. El día que la culpa llegó a la calle de La Suerte número 8 entró con prisa, mientras salía el amor , al que saludó en mitad del pasillo. Buscó en la habitación más oscura y allí la encontró, con las manos marchitas de romper recuerdos pero sin lágrimas que arrastraran las palabras que debía haber pronunciado.  Cuando se tumbó en la cama, la culpa, como una sombra, se tumbó junto a ella oliéndole el pelo que ya no volvería a cortar. Y así fue que pasaron mil años y la casa de la calle de La Suerte fue perdiendo su color azul cielo y encontrando montañas de polvo silencioso que ni la lluvia conseguía arrastrar. Por su tejado solo pasaban inviernos y un frío perenne, como un guardián, se acomodó en el umbral de la puerta mirando a los que pasábamos por la calle.
Un día, la puerta se abrió y de ella surgió una mujer con el pelo infinito.  Comenzó a caminar calle arriba, tras ella, una sombra que pugnaba por agarrarse a todas partes miraba como la casa se iba despedazando poco a poco al tiempo que se alejaban. El final de la calle era una pequeña cuesta que aquella  mujer, comenzó a subir con la dificultad de tener una sombra que intentaba marchar en sentido opuesto. Se detuvo, agarró la sombra en brazos para ayudarla a seguir el camino y después se perdió de  vista cuando  comenzó a bajar del otro lado. Aún recuerdo aquella sombra prisionera y me pregunto por qué la mujer no dejó que se quedara para tener más liviano el camino. Pero ahora entiendo que cuando ya no queda nada, al menos nos queda la culpa de no haberlo conservado y eso, es lo único que nos sigue atando al mundo.

jueves, 1 de marzo de 2012

Todos los días son martes.



 Cada persona que lo lea, sabrá exactamente cómo termina si lo termina al compás de la música.

Todos los días en el pueblo de las lluvias son martes. Todos y cada uno de los días, de todas las estaciones del año son martes. Y es así porque fue en martes cuando llegaron Los Húngaros y cambiaron el sentir de las personas.
Los Húngaros venían de espaldas al Oeste, porque decían que en el Oeste, está el país de los muertos y no está bien acercarse a él hasta que no toque. Así que solo veían amanecer. Será por eso, que sus vidas eran un renacer continuo y nunca un ocaso. Hay quien dice que Los Húngaros nacieron en el país de los muertos y que venían de allí, huyendo de la quietud. Algo de verdad había, porque iban haciendo piruetas de un lado a otro al compás de las panderetas y los violines. Aquel martes, no llovió. Amaneció despejado y  con un lejano sonido de fanfarria. Nos gusta pensar que ellos alejaron la lluvia, aunque podría ser pura casualidad. El caso es que el efecto que producía su llegada era casi mágico. Al tiempo que se levantaba el sol, se escuchaba más precisa la música. No tardamos en salir de las casas ante el alboroto, aunque la verdad es que más nos sorprendió el silencio del agua, porque la algarabía llegó después. Vestían de muchos colores y gustaban  prenderse largos jirones de tela liviana que ondeaba con sus extraños movimientos circenses. Sin duda, con lluvia hubiera desmerecido mucho la imagen. Entraron de un lado del pueblo y lo atravesaron hasta salir por el otro, siempre rumbo este. Y no es que el pueblo fuera muy grande, pero hasta que no comenzó a oscurecer no empezaron a alejarse de nuestras casas y seguir su camino. No se fueron solos, tras la música, los bailes y los colores, muchos de los nuestros se fueron también.  Después de aquel día, la lluvia volvió y ya nunca más fue miércoles. Los que nos quedamos no sabíamos que nunca volverían, de haberlo sabido (…)

lunes, 27 de febrero de 2012

Toneladas de sal y ráfagas de viento.






                                              Foto obtenida de Internet


 Olga se puso tan triste cuando Víctor se marchó para hacer fortuna al otro lado del mar, que le lloró ocho días a la semana y eso varió el horario del ferrocarril. Y como Olga no dejaba de llorar, al final, nadie sabía nunca cuándo llegaba el tren a la estación. El 16 de agosto del 57, a eso de las 5 de la tarde cuando las chicharras estaban en la cúspide de su obra sonora, un pitido ensordecedor de una FCM 40, hizo callar a todas las chicharras, al menos durante 7 segundos. Después no se sabe si siguieron o no cantando, porque el ruido del tren lo envolvía todo. Olga llevaba llorando 12 años, así que ver llegar un tren a la estación era algo casi imposible.  Pero allí estaba, despachándose a gusto a base de chorros de vapor que envolvían las vías en una niebla artificial. Un señor ataviado con el uniforme de la compañía ferroviaria, bajó ante la expectante mirada de la gente del pueblo, que se había congregado en aquella pequeña estación casi abandonada. Tiró de una saca que se encontraba en uno de los vagones, hizo un saludo y acto seguido, la locomotora volvió a pitar con fuerza, dispensó un par de chorros de vapor que levantó las faldas de algunas mujeres; esto generó algunas risitas, y como vino se fue.
Había tantas cartas que para organizar el reparto, la gente guardó silencio, acercándose para recoger la suya si era nombrado. Así nos enteramos de que Felipe, que se había marchado hacía 11 años a la Guerra del Este, había muerto una semana después de haber llegado al frente. Que Anita se había casado con un comerciante de la costa y que había conocido al fin el mar, y que Iván aun no había encontrado a su hermano Zoilo, que también había marchado con Felipe a la gran guerra. Como tampoco supimos nunca nada más de Iván,  la intriga seguía abierta.
De Víctor no se tenían noticias, no había carta para Olga, que llegó pañuelo en mano mojando el suelo de madera y llenándolo de sal. Olga tenía esa capacidad desde que Víctor  marchó, por eso en su casa, había que entrar con unas palas de cuando en cuando para sacar toneladas de sal que no podían ser vendidas al no pasar el tren de mercancías por allí.  A ella no  le tocó marchitarse. Olga no tenía la culpa de llorar tanto, ni Víctor de intentar buscar fortuna donde la hubiera y si no había escrito, a lo mejor Iván lo encontraba mientras buscaba a Zoilo y en su próxima carta nos decía algo de él. Pero para eso habría que esperar a que pasara de nuevo el tren, así que todos se marcharon a casa a seguir con sus vidas. Las chicharras siguieron cantando y la sal de la estación se quedó brillando al sol de verano, esperando que el otoño se la llevara con el viento de octubre, como se llevaba otras muchas cosas.

jueves, 23 de febrero de 2012

Dominación.







Para someter a un pueblo entero, les privó de hablar su lengua. 
Perdieron  toda su identidad.

lunes, 20 de febrero de 2012

Sueños


                                                Foto obtenida de Internet.

Alejandro tenía un sueño muy concreto, conducir una retroexcavadora. Algo que traída de cabeza a su padre, un señor tan estirado que casi no le valía el término  “Director de banco”; se le quedaba corto. Así que el pobre de Alejandro era relegado de todas y cada una de las conversaciones que pudieran dejar entrever el sueño que le rondaba desde que tenía uso de razón. O de sinrazón, porque está claro que  no hay una base muy científica para el sueño de Alejandro, que se gestó en un lugar donde las retroexcavadoras carecían de lugar. Al menos esa era la conclusión que había sacado su padre de todo aquello. Y como hacía con todas las cosas que son fruto de la sinrazón, de la falta de racionalidad y de la mente extraña de un niño, lo dejó correr para que por su propio peso específico, se terminara diluyendo con la edad. Pero lejos de ser así, aquel sueño  siguió persistiendo hasta interferir en el camino que Alejandro debería seguir para sustituir a su padre en el gran sillón de cuero.

 El único sillón sobre el que Alejandro terminó por sentarse, fue sobre el de una gigantesca máquina retroexcavadora, comprada eso sí, con el pingüe capital de la familia y con la que Alejandro tiró abajo el edificio de arquitectura modernista en el que se situaba el despacho de su padre. Finalmente, como no podía ser de otra manera, cuando hubo retirado todos los escombros con su fantástica y gigantesca máquina, aparcó justo en el lugar donde había estado el sillón de cuero, al fin y al cabo era el lugar donde  su padre le había dicho que debía estar sentado.